jueves, 18 de abril de 2024

- ÚLTIMAS TARDES CON RAFA NADAL. -



La tarde en Barcelona sigue suave y atractiva. Primaveral. El torneo del Godó ya es de nuevo de arcilla; de tierra batida. Rafa Nadal juega en su casa y en su pista, y contra su cuerpo y contra su nostalgia.

Son tardes de despedida, de homenajes, de adiós, de golpes geniales del señor "Vamos", y de un amargor brillante de tristeza. El pueblo tenístico espera expectante la espectacularidad, la consistencia, el juego sereno y eternamente fondista y ganador.

Rafael saca la personalidad y el empaque. Se le nota inactivo y escéptico; como pasando las hojas de su libro tenístico póstumo. En el fondo, todos y cada uno de nosotros queremos que se pare el tiempo, que la lesión abdominal no exista, que sus rivales no sean tan jóvenes ni dinámicos, que no sean los postreros clínics del genio gladiador de Manacor, que la burguesía y la afición catalana siga admirando su figura épica y heróica, que los guiris que abarrotan la Ciudad Condal sigan la estela de los partidos de uno de los mejores tenistas que el mundo del tenis ha conocido.

El cuerpo de Nadal está nublándose, cayendo la noche, a veces quiere salir el sol, y no tenerle que ver excusándose en las ruedas de prensa por la causa que sea. Le admiramos, le queremos, le quisimos, le querremos, aprenderemos de él su garra de no querer sentirse en el ostracismo del Olimpo, le homenajeamos, besamos al mito que nos ha hecho felices, hacemos fuerza para su resurrección y más victorias.

Nadal quiere ser competitivo. Despedirse, con la más digna decencia en su última estación que podrá ser Roland Garros o incluso los Juegos Olímpicos. Debe ser duro. Es duro ver que Cronos el "fuckker" le tiene tomada la medida y el último torneo, el último juego o el último punto. Seguimos admirando, -lo haremos siempre en una pista-, a Rafa Nadal. En realidad, las cosas son lógicas. Hasta el más precoz de sus seguidores se va haciendo mayor, a algunos nos salen canas, a otros las primeras novias o incluso los primeros divorcios o separaciones. C´est la vie ...

La vida, sigue. Estas últimas tardes con Nadal demuestran que todos seremos vulnerables, y nos jode que pierda, que no se gire con la agilidad de antaño, que ahora los dioses huelan a Sinner o a Alcaraz, que "Nole" cada vez se queja más, o que Tsitsipás o Medvedev empiezan a ser meros outsiders.

El tiempo no es cruel. Rafa, cede. No importa. Alguna lágrima se escapa. Pero no es de rabia. Es de realidad, del hoy, del paso del tiempo, del pensar  en aquellos caramelos de tardes brutalmente competitivas que el señor de Manacor nos ofreció durante varias décadas. 

Sí. Décadas jugando al tenis. Décadas de Roland Garros, décadas de Wimbledon, del Open USA o del de Australia. El tiempo, sigue. Ese espectador del tenis siente las últimas tardes de alguien que ha sido especial. Dan ganas de llorar a mares, de que vuelva la épica, de que la victoria solo sea una parcial emoción, y sobre todo, besarle con fuerza a través de unos extraordinarios aplausos por su tenis.

¿Decepción? El transcurrir del tiempo es decepcionante cuando has sido Dios. El Dios de la raqueta se emociona y se enfada. Va asumiendo que el resto de la vida de Rafa no puede ser el tenis. El tenis ha sido él. Ahora, ya no nos va quedando el Rafa guerrero, sino el Rafa real.

Sabemos que Nadal está bramando contra todos los dioses que parecen tirarle al barro de la no competitividad. Es humano. También y como todos, Rafa también es humano. Desde Barcelona, el mito manacorí sigue tras perder, firmando autógrafos. Pero por adentro irá una procesión de rayos y truenos de impotencia. En estas últimas tardes de Nadal, nos embarga la pena y la sorpresa, el sueño de que aún pueda hacer algo enorme y cosas así.

¿POR QUÉ NO SOÑAR EN QUE AÚN QUEDA MÁS? ...
 

domingo, 14 de abril de 2024

- Y MILY JUGÓ SOBRE MI BICI ESTÁTICA. -



Mily te observa con sus ojos dulces y almendrados. Camina despacio, muy despacio; como pensando sobre dudas imposibles.

Mily está flaca y tiene un cuerpo menudo y flexible como una gimnasta de las que llevan la punta de los pies hasta lo más alto e imposible, y hace como que nunca pierde la sonrisa, y juega con la ironía de su misterio y adora a su gata Lima.

Mily es dulce y dura, impenetrable y frágil, coqueta como las damas eternas de Madrid, y apenas dice nada sino que mira. Adora a los niños, y se detiene a decirles algo al verles pasar a su lado, y Mily cuando besa es que besa de verdad, y la vida le ha soltado más que palos que a una estera, y no desea estar noqueada, y las malas noticias médicas acerca de su salud le producen rechazo y todo el escepticismo del mundo.

Mily ha perdido muchos vínculos familiares en su vida, porque se distrae y reivindica un mundo de sueños y de propia identidad, y en el fondo quiere sentirse como la roca del brazo de Hércules y una chica eterna.

Para Mily, solo importa su gata. Ha delegado en apariencia su impulso a las voluntades de sus cercanos. Pero no es así. Porque Mily quiere seguir plantándose su sombrero pizpireto, sus pantalones ajustados, besar a Lima, calzar sus hermosos botines de colores que causan sensación, y hacer exactamente lo que le venga en gana.

Aunque esa mayúscula libertad no pueda existir, Mily decide darle un corte de mangas a las responsabilidades cotidianas, y hacer de su femineidad un encanto cool, y jugar como una niña sobre mi cuarto histórico y personal en el que se halla una fuerte bici estática que ella domina con la soltura y la gracia de una adolescente lanzada.

Mily se desorienta muchas veces, y no sabe dónde demonios ha puesto las llaves aunque las tenga delante de sus narices. Y es que, en realidad, Mily parece vivir atrapada entre unas llaves esclavas que no la dejan sentir el placer.

Como cuando su Carlos se fue al otro barrio y le lloró a mares, o como cuando los jóvenes de cualquier bareto de Valencia con olor a porro, la miran como admiración, gusto y curiosidad unidas. Como cuando ahora le gustan las cosas hippies y alternativas, o como cuando casi tienes que empujarla literalmente para que acelere su paso taciturno y desesperante, o si quieres que saque su voz y cante una de las mil canciones de su generación que sí que se sabe aunque no te lo creas.

Mily siente curiosidad por las cosas bohemias e inesperadas, por la gente educada y pintoresca por conocer, desde su inteligencia natural y evidente, y desde su rebeldía de niña pija y a la vez sensible y consciente.

Por eso y por todo eso, Mily se ríe de los médicos, de las medicinas, de las guerras, de los santos muy santos, de las mujeres poco generosas, o de aquellos que a su paso le tiran lástima y caridad.

¡Ni hablar! Da igual lo que la médica le diga acerca de su simple inacción o gran descuido en la memoria. Mily nunca pensará en su desubicación y huirá de todo lo nocivo porque pica, agujerea, permeabiliza, jode, hiere, golpea, llora y además suena a truenos y a rayos.

Entretanto, su gata la mira con una paz infinita. La gata Lima es tranquila como Mily; forman un dueto cómplice que rompe la claridad de la luz de la primavera y de la vida.

¡NUNCA DEJES DE BAILAR, MILY!
 

lunes, 1 de abril de 2024

- AQUELLA VECINA, AQUELLOS MOMENTOS ... -



Educada de formas y aspecto. Alta. Con iniciativa propia, individual y hasta exquisita. Se llamaba, Violeta. Pero no me fue nada fácil saber su nombre. Y yo, acostumbrado a la idea de cercanía y vecindario, aquellas cautelas no solo me sorprendían, sino que igualmente me resultaban desagradablemente frías. No hay nada peor que no entender las cosas.

Una de las primeras veces que sentí y vi a mi nueva vecina Violeta, fue cuando la vi enfrentarse con decisión y extrema seguridad, no solo con los propietarios que le habían vendido el piso, sino también con el arquitecto de la finca. Eran unos enfrentamientos seguros, directos e impecables. Esa chica parecía saber muy bien lo que quería, y no iba a dar un paso atrás en sus pretensiones. Quería las cosas así y asá, y las explicaciones del porqué de sus deseos no podían tener lugar. Y para ello, nunca mostraba nerviosismo. Su táctica era el estatismo educado, el cual precedía a la velocidad de respuesta sin nada de dudas.

Violeta era joven. Pero fuerte. No menos ambiciosa que lo es el mundo de hoy. Cuando vas a hacer o a presentarte ante alguien, no has de dejar nada a la improvisación, y hasta venir leída de leyes de casa. Con toda la asesoría,-pagada o no-, de la que uno es capaz de obtener y de situar sobre la mesa. Pero, una vez acabada la pugna, entonces Violeta parecía pasar página inmediatamente. Porque su vida, aunque todavía en los inicios de su juventud, ya había germinado hacia su tiempo imparable que es el actual.

Yo,-extraño ante todo lo que percibía-, no podía entender tanta seguridad precoz, y tanta resolución educada, correcta, consecuente, y casi hasta madurada. Lo atribuía a una educación diferente a la mía. De una mujer joven, con padres con posibles, independiente y extremadamente fría. Lo que pasa es que ahora vas viendo entre decepcionado y realista, que  los inicios en los que Violeta se daba a conocer en mi finca centenaria, ya formaban parte del tiempo de ahora. Sí. Lo del vecindario era un recurrente yerto y propio, y ahora todo había cambiado. Aunque a mí me huela o no a chamusquina, unas nuevas reglas del juego comunitario ya reinaban en la finca en donde nací y vivo.

Recuerdo a Violeta, como a una chica de altos vuelos pero siempre discreta y cautelosa. A su rollo, que era totalmente distinto al mío, el cual se quedó en lo analógico y en otras éticas y en otros modos de entender las cosas. Ya no se hablaba en valenciano, los poderes estaban blindados plenamente a los derechos que emanan las leyes, y todas esas cosas actuales. Pero a mí me seguía chirriando tanto individualismo, tanta indiferencia en lo relativo a la finca; tanto celo exagerado en las formas y modos de la nueva vecina. Y en alguna que otra cosa más.

Porque Violeta nunca llevaba falda ni colores alegres. ¿Cómo era posible que una treintañera no se maquillara nunca, caminase con zancada fuerte pero nada elegante, utilizase siempre colores oscuros, no mostrase el más mínimo interés por sus vecinos, y que pareciese que estuviera viviendo en mi finca toda la vida, a pesar de ser una advenediza? ...

A Violeta le daba igual mi calle. Mi nombre, mis apellidos, mi cercanía, la cercanía de los otros, y cosas así. Y por decirlo mejor y con más puntería, lo que ocurría es que a ella con preocuparse de sus cosas y de sus intereses, asunto finiquitado. Era y es profesora, y utilizaba perfectamente el lenguaje administrativo y funcional. Nunca la recuerdo expresiva, ni riéndose a carcajadas, ni presentándonos a su amigo especial aún pasados algunos años de estar aquí con él.

Violeta encajaba perfectamente en ese mundo al que los vecinos le suenan a cotillas, y las preguntas a inconveniencias. Un día, en el transcurso de una gestión para la cual era necesario localizar a una de las inquilinas, nunca dejé de recordar su gesto entre sorprendido, encogiéndose de hombros y absolutamente indiferente. No es que no supiera nada de su vecina de arriba. Lo que sucedía era que sentía que no tenía por qué saber nada de ningún vecino. Era una muralla, una pared, una suerte de blindaje para su crecimiento y ubicación para mí tan extraños. ¿Qué hacía una chica tan joven adquiriendo un piso de una vieja finca centenaria?, ¿no sería mejor que hubiese puesto sus preferencias en una finca más actual? Las respuestas a esta pregunta ya existían. Y, podían tener sentido. Lo que buscaba Violeta era los pisos más baratos posibles,-dentro de la carestía-, y así pagar menos que en otros lugares. Invertir en ofertas y oportunidades, que su amigo el Internet podía ofrecerle a su individualidad y razón. Todo era una estrategia práctica. Violeta era para mí una suerte de máquina fría y extraña. Como si una gran tristeza interior, la llenara de solemnidad y de contención emocional. Violeta tenía la ambición de su tiempo, y toda su estrategia de actualización y modernidad. Abría y cerraba con fuerza, rapidez y celo, la puerta de su casa al entrar y salir. Le gustaba cerrar su puerta. Casi blindarla. Era significativo su modo de abrir y cerrar. De clausurar, seguir y no mirar hacia atrás. 

Comenzaron las interminables reuniones de escalera. Ella me miraba como a un extraterrestre, y yo sentía que mi tiempo de vecindario estaba muerto y enterrado. Violeta nunca se acojonaba por nada. Ni perdía los papeles. Y cuando discrepaba, nunca su enfado era evidente. Yo, en cambio, soltaba toda mi naturalidad con todo temor al dinero de las obras, y con toda mi alegría y tristeza a flor de piel. Yo soy pura emoción, las reuniones se habían convertido en un combate de buitres en busca de salirse cada uno con la suya, y Violeta era ...

No lo supe. En aquellos momentos todo lo de Violeta era para mí un choque generacional sorprendente. No es que nunca sabré en qué piensa Violeta, sino que ella hará lo posible para que no sepa de sus estrategias ni actitudes en el vivir. Era bastante, mi antítesis como persona. Y yo me sentía descabalgado en un mundo que ya nunca más se parecería a mí, y en el cual el último vecino sería el último en apagar la luz. ¡Otro mundo! ...

Violeta, animalista, fuerte, profesora, con las ideas claras, con pareja medio escondida y sumisa, sin ropa de mujer de antes, e incluso con aspiraciones políticas quizá fruto de su modo muy claro de entender su tiempo que es éste. Animalista hasta el fanatismo o la pasión, inocente, y verdugo a su vez de los rivales con más dificultad para entender la emoción viva, sincera, atemporal, y mucho menos blindada y prefabricada.

Violeta, me cayó muy mal. Es evidente. Pero, ¿cómo iba a caerme mal alguien independiente, sin timideces, con exquisita educación, discreta hasta la exageración, silenciosa, correcta, funcional, rápida, atrevida pero sin despeinarse, audaz pero jamás una mancha en su vestido nunca con falda?... Pero, no lo podía evitar. La advenediza era demasiado joven para ser tan contenida. Debía resbalarse más dada su edad, mostrar más fisuras  en su seguridad, dar más sentido a sus años treintañeros y por lo tanto inmaduros e iniciales. Así pensaba yo a Violeta.

Se daba unos tremendos madrugones, se dormía pronto, se blindaba en el interior de su piso, se iba a currar, nunca sabías si iba a estar, o si llamándola a la puerta te iba a abrir. Todo había de ser casi guionado y perfecto. Nada de imprevisibilidades. Las cosas dubitativas, suponían para Violeta unas anomalías inasumibles. Enfado sin confesar, y rechazo evidente y concretado en acciones y en escasas palabras esclarecedoras.

Daba igual que estuviesen ladrando todos los perros de la escalera casi todo el día y hasta parte de la noche y sin que nadie optara por la corrección de dichas molestias. Violeta militaba y seguramente militará en un Partido político animalista, en el que su promoción la llevó a estar en un tris de entrar en el Congreso de los Diputados. Eso, denotaba su afán por su lucha un tanto quijotesca y tremendamente personalizada. No pareció sonreír a las personas que la rodeaban, no percibía la necesidad de ponerse manos a la obra contra los constantes ladridos de los perros de la finca, y un día llegó a afirmar en un incidente con roedores, que las ratas eran muy maravillosas y que había que hacer lo posible para que no sufriesen los terribles daños de los venenos administrables para su desaparición de los falsos techos de los pisos superiores en donde eran capaces de hacer sus guaridas y acojonar de paso al vecindario.

Ahí, en ese incidente,- aparte de quedarme pasmado-, no pude dejar de pensar en los vecinos de mi finca de toda la vida y de otro tiempo. Del señor Salvador, del señor Antonio, de la pejiguera señora Maruja y su genio imparable, de la señora Paquita y de su antipático marido Joaquín, del señor Emilio, y por supuesto de mis padres y abuelos. ¡Dios la que se hubiera liado! Guarra, es lo más suave y amable que hubiese escuchado y no a través de un watsap comunitario la segurísima y audaz Violeta. Pero se solucionó el tema, casi en silencio, y con la fortuna hoy de encontrar a un buen hombre y mejor profesional de las plagas urbanas y rurales, y la situación se controló y solucionó con el seguimiento del citado profesional. Aquello fue para mí, la gota que colmó el vaso. Pero eso no solucionó las dudas en el choque generacional. Las respuestas siempre habían estado en el aire, pero para mí era demasiado duro cambiar el chip a sobresaltos y a golpes de extrañas variaciones severas. Debía darme yo a mí mismo mi tiempo de comprender y de digerir aquello. No fue un plato precisamente ligero de saborear. Sino lo contrario.

Ha pasado el tiempo. Un día me parecieron excesivas las ausencias de Violeta. Quizá habría encontrado otro trabajo en otro lugar, o se habría quedado embarazada,-cosa que puedo dudar-, o se habrían puesto enfermos sus padres, o alguna circunstancia importante.

La capacidad adaptativa de Violeta en su tiempo y en sus retos y logros, me seguía pareciendo absolutamente imbatible. Porque todo parecía ser competitivo en ella. Sin ninguna concesión. Convirtió mi escalera al indiferente individualismo absoluto, y hasta a la domótica. Violeta no parecía querer al año 2024, sino quizá al 2042 o por ahí. Futuro sin cifras.

Un día, alguien me comentó que esa joven mujer que siempre vestía con tonos excesivamente oscuros para su juventud cronológica, hacía tiempo que quería comprarse una casa. Y en ello debía de estar. Y se confirmó el rumor con cara de evidente noticia. Sin decir nada, se fue. Estaba aquí,-a pesar de ser propietaria-, a la espera de encontrar un lugar mejor para vivir y en donde fuera o fuese. Mi calle se la trajo al pairo, siempre. Y lo mismo sucederá allá a donde vaya. Su idea de casa es coyuntural, anecdótica, sin un arraigo claro. Solo desea que la dejen en paz, que todo gasto de escalera vaya por móvil, gestionarse de modo independiente sus futuros y sus retos, y nunca encadenarse a la vetusta idea de hacer calor vecinal.

A Violeta no le va la asignatura de lo vecinal como cercano, y lo considera algo retórico y del pasado absurdo y obsoleto. La cuestión de Violeta será siempre el futuro, su futuro, sus nuevas metas; sus nuevas realidades o situaciones.

Lo que ocurre es que yo,-aunque voy aceptando la sociedad que hace tiempo que llegó para no irse ni en m finca ni en el mundo-, siempre he de recordar y recordaré a una chica que nunca llevó colores llamativos y alegres, sino que siempre vestía con tonalidades oscuras y hasta aburridas.

-TODO UN POTENTE CHOQUE GENERACIONAL. -

 

viernes, 29 de marzo de 2024

- EL MOMENTO Y EL PELLIZCO. -



Todo no sucedía, cuando iba a la Administración de Loterías habitual y semanalmente, para echar una modesta Bonoloto y Primitiva. Era como si hubiese un cierto fatalismo azaroso. No me salía nada. Cero. Absolutamente, nada. Era tan negativo y carente el azar del dinero, que yo nunca esperaba que me saliera nada. De nuevo, la fatídica nada ...

El hecho de mi situación precaria,-la cual solo me permite llegar justo a fin de mes-, invitaba a probar semana tras semana yendo a la casa de la loterías. Incluso había alguna semana, la cual yo no iba. ¿Para qué? Si no me iba a salir nada, hasta sería absurdo probar...

Hasta que un día, el lotero me dijo que me habían salido cuarenta y nueve euros. Yo, reaccioné así:

- "¡Eh! ¿Cómo dice?, ¿me ha salido todo eso? ¡Ah! Entonces ... Entonces, esta semana ni siquiera tengo que pagar nada y ..."

- "Claro, hombre. Esta semana no pagas. Esta semana, toca cobrar. Je,je,je ..."

La contestación del lotero fue irónica. Normal. Si apenas me gasto semanalmente unos seis o siete euros en las apuestas y me habían salido cuarenta y nueve euros, dicen las matemáticas que no he de pagar ni un solo céntimo de euro.

La verdad, es que el premio, me sorprendió. Porque en ningún momento esperaba aquello. ¿A mí me iban a tocar cuarenta y nueve euros? Llegué a pensar que eso era casi imposible. No sé ... Algún error de la máquina, o cosas así. ¡Cuarenta y nueve euros! ¡Coño! ¡Qué sorpresa! ...

La verdad es que esa cantidad de dinero, no deja de ser un pellizco menor y sin apenas importancia. No es dinero. Solo es una pequeñita cantidad, solo que a mí me sonaba a cientos de euros, a euros sin fronteras, a que había pasado algo extraño, algo no previsto, algo que seguramente nunca más sucedería. Y de hecho llegué a pensar que aquello podía marcar un tope, y que ya nunca más volvería a ser afortunado con esa cantidad ni parecida.

Con el tiempo, descubrí lo que estaba pasando. Lo de menos era mi actitud ante el hecho del azar. Yo no me sentía digno de recepcionar buenas noticias. Como si mis sorpresas positivas se hubiesen extinguido, o formasen ya parte de otros tiempos mejores y más propicios.

Seguí haciendo las loterías semanales, y resultó que no había una semana en la que no me saliera un pellizquito de dinero. Hablo de cantidades muy modestas. Pero, cantidades al fin y al cabo. ¿Cómo sería posible que todas las semanas me tocara algún dinero, aunque fueran modestas devoluciones? Ésto, lógicamente, en tanto que azar, no deja de ser un misterio imposible de resolver ...

El motivo que me lleva a este escrito, tiene que ver con otra cosa. ¡Conmigo! De mí. De mi persona. Del José Vicente ese que escribe. Lo que sucedía realmente, es que yo no podía creer que a mi vida llegasen cosas positivas o favorecedoras. Exactamente me refiero a esto. ¡No! Mi vida ilusionante no había terminado. Todo era una especie de pensar negativo interior. Un símbolo de mi alma. Y llegué a la conclusión de que debía abrirme más a las posibilidades que la vida ofrece. Que cada día podía ser una sorpresa. Que yo no había de dar todo lo bueno por concluido y clausurado.

Porque eso significaba sencillamente, la derrota final y asumida. No se puede vivir en la derrota. Hay que renovarse cada día a través de nuevas experiencias y de nuevos sucederes.

Porque yo aún estaba vivo, y aún debía esperar cosas divertidas y distraídas de la vida. ¿Qué tenía yo que perder? El no, debía dejar paso a la puerta entreabierta de la duda y también de la libertad y el placer.

De aquel momento negativo, logré sacar conclusiones merecidas y reales. Y gané autoestima. Y sigo jugando a la lotería, que también el azar es vida. Pero he comprendido que hay mil cosas tan satisfactorias o más que el pellizco del dinero. Me gustan mil millones de cosas. Siento curiosidad por el mundo que me rodea. Soy consciente de mis situaciones y de mis posibilidades, y sé que aún hay muchísimo camino por recorrer. Y ya no voy a la casa de las loterías con el no como bandera, y no se espacian mucho mis modestos pellizcos de fortuna. Quizá porque la fortuna es otra cosa. Otro sol, otra primavera, otra llamada de teléfono a media tediosa tarde, mi afán y hasta facilidad para pronunciar los distintos sonidos del inglés que estudio con deseo y acierto. Me agradan los sonidos difíciles y poco habituales. Porque tras esos signos hay semillas y magma de crecimiento. ¡Quiero seguir aprendiendo!

Me gusta y practico deportes de mesa. Con la práctica, perfecciono y mejoro mi juego. Y también mi juego vital es madurar, y aceptar el paso del tiempo y cuidarme más que antes. Y estar más sereno, lo cual no significa ni pasivo ni aburrido.

Cuido mucho más mi alimentación. No descuido las visitas al médico. Sigo escribiendo, escribiéndoos y escribiéndome. Nací y moriré escribiendo. Me va la inquietud intelectual, escuchar a quienes aportan argumentos que considero de mi interés y para mi aprendizaje, desnudo y juego con mis sentimientos y con mis emociones, y me apasiona ir conociéndome peldaño a peldaño mejor a mí mismo. ¡Me expreso! ...

Me gusta causar buen rollo a mi alrededor, y aceptar que hay que tener los pies en el suelo. El mundo es ya digital, y yo no pasé de analógico. Pero eso no lo interpreto como un quedarme atrás. Porque yo nunca me quedo atrás. Y seguiré teniendo curiosidad por todo, y valorando siempre y por encima de todo al factor humano.

Siento pasión por los movimientos sociales, por los universos personales, me encanta la sociología y la antropología, y sobre todo me gusta estar receptivo y pensar convencido en que el tedio es tan letal que nunca podrá conmigo. Ya no tengo las piernas de cuando hacía tantos deportes a nivel amateur, pero sigue en mí la llama olímpica de los aconteceres vitales conseguibles y favorables. Como cuando aquel pellizquito de fortuna dinérica, que casi sin querer me hizo reflexionar acerca de mi actitud, y salir de un momento oscuro y terrible. 

También soy un boleto de lotería que puedo salir, sin necesidad de que lo digan los bombos de la suerte. Me gusta viajar físicamente a los sitios, a pesar de las dificultades propias de unas rodillas protésicas y de unos bolsillos más que modestos. Pero me rearmo anímicamente, y siempre tras la borrasca sale un sol bien ubicado que alumbra e ilumina realidades. Me pregunto cómo pudo haber en mí tantas negaciones al derecho de mi satisfacción. Pero no le doy demasiadas vueltas.

-LO IMPORTANTE ES EL DÍA A DÍA. -


 

sábado, 23 de marzo de 2024

- DÍAS DE LIBERTAD. -



PARTE PRIMERA.


Cogí a mis nervios de ilusión y tristes nostalgias, y los estampé contra la pared. Y no contento con eso, golpeé con mi puño a la citada pared.

Apenas sonó el estropeado despertador. No es cuestión de pilas, sino de vejez obsolescente del reloj de la mesita de noche. Ese reloj debería en justicia, residir en el interior de un cubo de basura. Pero siempre acabas cogiéndoles afecto a las cosas no humanas. Es como si Diógenes dominara la oratoria y tumbara los argumentos sabios. Me sabe mal tirar a la basura, las cosas que me perjudican. Algunos defectos he de tener.

El tren de Valencia destino Barcelona, se llama vivir de verdad. También recibe el nombre de retraso endémico. Llegó tarde, nadie dijo nada, pero en la sociedad de hoy es que perder los papeles será y es cosa de necios y de blandos. 

¿Quién sería mi compañero de asiento contiguo? Salí pronto de dudas, y el trayecto de tres horas bien largas, se hizo llevable.

Ella se llamaba Lotta, era holandesa, nada creída, y me contó que era teacher de inglés. Y que también dominaba el francés, el alemán y su holandés. Me sentí mal a veces, porque la probablemente treintañera Lotta no sabía ni papa de español, y mi inglés es más que inexistente. Solo tengo un inglés gestual, musical e inventivo. Pero no fue objeción el asunto. Lo pasamos bastante bien siendo simpáticos. Porque Lotta no pareció pensar en mí como a un ligón playero, y yo me percaté de que a la mujer no le desagradaba nada juguetear con maduritos.

Lo que más me llamó la atención de Lotta, es que a veces golpeaba juguetona sus brazos contra los míos, sin percatarse de nada. Ni de que físicamente debe ser un portento de fortaleza, de que ante tales empellones un varón puede volverse más machista, de que ella podría ser una muy niña grande y bastante atractiva, y de que su naturalidad impulsiva no traspasaba nunca en un tren la barrera de la corrección. Quería ser correcta y coherente, y lo hacía con más extroversión que una typical moza andaluza y olé. Evidentemente, los estereotipos son una mierda. Y la vida propone soñar con romperlos. Yo le enseñé a Lotta palabras en español,-y se las escribí-, y ella me preguntaba muchas cosas para que se las tradujera y no se cortaba un pelo. ¿Qué ha de ser una timidez cuando lo mejor es pasarlo bien y crecer como mujer? ...

Lotta se despidió de mí en Barcelona-Sants. Dos horas más tarde, ella tomaría otro tren destino París. Juventud, divino tesoro. Un/una joven no ha de cansarse nunca. El tiempo en juventud, es más largo. Se zampó un plátano que lleva potasio, y luego cual vital Bugs Bunny dio buena cuenta de unas zanahorias crudas y naturales.

Lotta me dijo que le gusta la bici, que España es bonita y sexy, su pelo es rizadamente holandés y muy largo, ni una sola palabra de su estado civil, se entusiasmó viendo desde el cristal del tren las mágicas playas de Tarragona, y mostró rechazo por el clima de su Holanda, y pronunció con las dos correctas jotas sonoras el apellido del mágico pintor Van Gogh. Yo aprendí una micra de holandés. No te acostarás sin saber una cosa más. Lotta y yo, seguimos siendo jóvenes como podría deducir quien nos viera.


Barcelona. ¡Oh, Barcelona! La palabra oveja, fue la primera cosa que pasó por mis ocurrencias cuando por primera vez yo pateaba la Ciudad Condal. Eran turistas jóvenes en muchedumbre y tropel, caminando a poco menos de cinco minutos el kilómetro, y con la mejor de sus sonrisas y juventud, invadiendo el largo y ancho de las aceras de las Ramblas. Debió ser en mí, los restos del efecto Lotta la holandesa. Llegué a mi modesto hostal, me atendió un andino con un fuerte y atento acento de su tierra natal, y con un márketing simpático que debe pulir porque así me dará constantemente la palabra: gracias. Un día podría rascarse una uña y escapársele de nuevo dicha palabra de agradecimiento. Sin venir a cuento. Quiso agradar.

Subí a la habitación. Hacía frío y humedad mediterránea cercana, pero yo me lancé sobre la cama, me puse a hacer el chorra con el móvil, escuché el transistor, comencé a relajarme y me puse bastante bien. El estrés en el camino del tren al metro, siempre es para mí demoledor. Pero tenía la experiencia de Madrid-Chamartín, y cuando una cosa ya la conoces te sientes mejor y la pasas a la inevitable idea de normalidad. Tras el descanso, bajé a la calle. Ya era hora de comer.

Barcelona, no es Madrid. Esto es tan hermoso como descubrir mundo, viviéndolo. Los turistas son igual de legión, pero yo los noto menos. Y tiene su explicación. Barcelona aún tiene barrios. Sí. Barcelona son barrios acotados y con raíz. Las Ramblas son una brújula orientativa para novatos, y la americanización de España se distribuye de la misma forma pero con estéticas bastante encontradas. En Barcelona puedes perderte por barrios impensados, y en Madrid te perderás tú mismo, dado que todas las calles son la misma muchedumbre son grandes distinciones en sus distritos. El catalán que tiene pasta, convierte las afueras en ranchos burgueses de poder y no te enteras ni lo parece, mientras que el madrileño quiere sal sin inhibiciones cuando está forrado y lo puede todo. El castellano, prefiere la exhibición al misterio del glamour. O, sencillamente, es otro pretendido glamour deseado. Se molan ambos dos.


Partir de cero. Esta bien para un novato al que la aventura le gana, lo que es mi caso. Encuentro en seguida en el Barrio Gótico a la gente pobre que sufre. Me gusta pasar estas experiencias, aunque me insistan machaconamente con lo de la inseguridad. Es una obviedad. La pobreza e inseguridad intrínseca y extrínseca. Drogas, juguetes rotos, argentinos eternos y decepcionados, Barrio chino y latino, Menottis de medio pelo, y rockeros de autolucha tóxica. Vulnerabilidad, violencia, desobediencia, y mucha mucha policía. La pobreza es incidencia con lecheras policiales activas y sin mayores sorpresas.

El Raval es el islam, y un mundo árabe trabajador y hasta tristón. Cataluña acoge a los sin tierra, a los sin derechos, a los niños sin juguetes, y al apasionante y enamoradamente social mundo de la supervivencia. El Raval es mucho más fascinante, que un galardonado desierto almeriense de películas spaguetti/western. Porque la gente es presente y es vida cotidiana, y nunca nostalgia ni babeos. El Raval es un reto para todo demócrata, y un infierno para un conservador redomado.

Del Raval a las Ramblas, hay un paso. Todo es carísimo. El mundo es carísimo. Las desigualdades son equibrutales en Madrid y en Barcelona. Hay que seguir integrando, comprendiendo, teniendo paciencia, ser optimista, y ver que en el fondo los moritos y los burócratas de Bruselas quieren exactamente lo mismo: ser felices. ¡Sin duda!

Se suavizan las cosas cuando llegas a la Avenida del Paralelo, y parece que empieza la engañosa clase media. No se ve tanto peligro, los teatros se llenan de colas interminables. No me gustan las colas que invaden con indiferencia las aceras de una bella Avenida. Hay que considerar más.

Visito la casa natal de mi madre y mi tío,-se llama el barrio de Poble Sec-, las calles Fontrodona y Tapioles, rúas empinadas, me gana la emoción y homenajeo a mis ancestros. Sé que he hecho bien y que siempre lo merecieron. Nunca estuve ahí, ya ha sido la primera vez. He sacado poca información acerca de aquel tiempo de los años anteriores y posteriores a la Guerra Civil, y me lanzo más tarde a buscar la Iglesia de Santa Madrona. Está cerrada. No se información. Es una Santa que ha bajado a Segunda y hay nostalgia en el mossén que hará la misa antes de las siete. Como en Madrid, en Barcelona como informadores de calles, nada mejor ni más eficaz que las chicas latinas. Porque les pasa y les pasó lo mismo. Y por eso me atienden y complacen en su afán solidario y ubicativo.

Me entretengo por el metro, antes de volver a Santa Madrona. Y me lío entre el acceso al funicular, y el funicular de Montjuic, que ese sí que te lleva realmente al monte y al Castillo, salvo que las piernas como en mi caso, empiecen a pedirle stop. Son muchas horas. Todo empezó antes de las siete de la mañana, y son las cinco y media de la tarde.

Ir en funicular, es balbucear y reflexionar. No somos nada. Se ve Barcelona desde arriba, pero como se joda un cable no hay un 112 que haga milagros y te vas al adiós. Hay por cierto un bamboleo comercial. Los niños deben reír, y acojonarse un poco. Es la diversión, amigo. Es la diversión ...

En el interior del metro que lleva al verdadero funicular, se aposta un hombre búlgaro que toca un acordeón entre potente y romántico. Parece un inocentón de la alegría. Pero todo apunta a que está ahí, porque no encuentra el rumbo que a él le gustaría. Y de repente el vagón se llena de negritas de los Estados Unidos y con unas pestañas larguísimas. Eso sí que es el tiempo actual y la Tyler Swit, y lo demás son cuentos.

Y hablando de morenos, me meto en una cafetería y pido un poleo para así poder hacer mis necesidades, las cuales ya no aguantan más demora. Lo de menos es la infusión. Cuando excretas, tu cuerpo se calma y revitaliza. Y de repente veo a un hombre de color y fortísimo, que acarrea en el bareto, cajas y más cajas de botellas de bebidas refrescantes y de todo tipo. No he visto en todo el día, unos músculos tan espectaculares. ¡Qué espaldas! Os aseguro que el Schwarzenegger de California alucinaría en colores. Eso es un hombre. Una máquina muscular y con sonrisa de bonachón.

Obedezco a mis piernas, y tiro la toalla. Vuelvo del Poble Sec y el Paralelo, al eje de las Ramblas, acarreo comida en fruterías de pakistaníes, y me subo al Hostal. El encargado, nada me dice respecto a la comida. ¡Eureka! Comeré tranquilamente en el interior de mi habitación y todo se llamará intimidad. Me relajo, y me pongo a escribir. Aunque estoy molido, lo paso realmente bien. Hasta que mis hombros se contraen, y mi cuerpo me pide cama. Casi mejor hoy dormir en solitario. ¡Mañana, será otro día! ...



PARTE SEGUNDA. 


Las euforias, se pagan. Sobre todo, cuando el glucógeno muscular es superado por el ácido láctico, y por mis rodillas lesas y con hierros artificiales. Ser joven mentalmente es fácil. Las recuperaciones físicas después de un dormir bien, parecen positivas. Pero lo de esta aventura se llama andar y mucho; constantemente. Y ahí, te quedas marcadete.

Volvi a las Ramblas. A Turistolandia Condal. Todo el mundo haciendo colas masivas para así dirigirse a los mismos lugares. Los que dice el mapa y el arte. Los que te pone que debes saber. Los sitios básicos. Los de hacer fotos constantemente y rodeados por orientales y orientalas, y los del mundo de hoy del selfi y de la imagen. No le demos más vueltas, que el que más y el que menos, sabe cómo funciona esta nuestra sociedad de consumo. Sermones, ¡los justos! ...

Son tolerantes en mi Hostal. Lo dije antes. Me malconsienten las cosas. Me dejan subir la comida a la habitación, y no me dicen nada. Está el aforo completo. Son todos parejas y amiguetes. Los jóvenes se desarrollan turisteando y haciendo vida. Crecen y se constipan, se van de birras hasta las tantas, y cuando ellos regresan, yo me despierto y levanto con las primeras horas del día. Horarios antípodas, y motivaciones con similitud. Demostrable. ¿Comunicación entre ellos y todos los demás del Hostal? La de siempre. La mejor y más recomendable entre extraños protocompetidores: ¡ninguna! ...

Ahí abajo, me espera el Mercado de la Boquería, flanqueado por el islam. Hay muchísimos árabes en esta zona del Raval. Sería apasionante que nos contaran sus vidas y sus sueños. Me los imagino impotentes viendo la golfa masacre en Gaza, y su contención y llantos interiores. Pero, insisto, en que detrás de cada árabe del Barrio Gótico debe haber un guión de Oscar con un denominador común: el dolor interior y las carencias infantiles. En última instancia, la constatación de que hay un capitalismo intercultural que nunca integra. Por éso, los Mossos de Escuadra están ojo avizor desde las primeras horas y desde los primeros movimientos, y con una suprema consigna: ¡salvad a ese turista masivo que traerá divisas ...

Empiezo a mosquearme. Y éso, que el nuevo hombre de recepción del hostal, es todavía más correcto y tolerantemente expresivo que el anterior. Es como si se lo pasara bomba ayudándonos en nuestra estancia en el lugar. Yo creo que este hombre nunca terminará de entender lo que es un hostal. Porque en su tierra andina, el turismo es ateísmo. Y se debe sentir como un generoso padrazo y bedel de instituto, con la idea de proteger a sus chic@s. Y me temo que él no ha pisado nunca un instituto. Pero a veces, la verdad no la lleva el cargo, sino ese misterio interior personal que nunca sabremos. Que por eso es misterio. ¡Joder! ...

Camino de la Rambla de Plaza Cataluña. ¡Mierda! Esto suena a bambolla en el pie, de la paliza que me metí ayer. No sé dosificar. Soy pasional. O lo doy todo, o no soy yo. Menos mal que tengo poco. Me desvío hacia la Catedral de Barcelona, pero eso está overbooking. Y cuandp me dicen que vaya a un lugar contiguo  adquirir un ticket y me espere, entonces el ácido láctico de mis muslos parece activar mi cansancio, y potenciar mi incipiente bambolla del pie. Y con todo dolor de corazón y astucias, decido volver a la Rambla, y tirar hacia adelante. La Plaza de Cataluña es un emblema circular y catalanista. Es un icono innegociable. Una magia catalana que se lleva en el orgullo y en el corazón. Pero para mí, solo puede ser una Plaza más, porque estoy enfadado. Mis piernas llevan diciéndome no hace ya más de una hora. De modo, que decido reflexionar y sacar de mi bolsillo treinta y cinco euros más. Subiré al Bus Turìstic porque una tal Mireia, me dice que puedo estar ahí arriba totalmente sentado todo el día y con los auriculares puestos viendo la ciudad. Y así mis piernas podrán descansar, me digo a mi mismo con una sensación agridulce. ¡Al carajo las fotos y el descubrimiento de las callejuelas estrechas que tanto me gustan a mí. Pero no se acabará el mundo, ¡coño! ...

Estoy agotado. Es bueno para pensar. Sobre todo, para pensar en soluciones. Pero, sí. Se puede reflexionar hecho una mierda. Si se tiene serenidad y buena convicción, ¡sí se puede! Claro que se puede. Aunque joda, se puede.

Me pregunto por qué he hecho esta escapadita de finde con mis piernas así, pero hallo respuestas más que favorables. Mi cuerpo quedo, está descansando. Mi vista, se entretiene sobre el mapa que me han dado en la oficina de turismo. Es como un crucigrama o pasatiempo. Un algo. Y me sigo preguntando qué pasa aquí. No es fácil acertar a la primera o al principio. Debe transcurrir un cierto tiempo para poder hacer una acertada meditación. Reflexiono.

¿Ha sido demasiado hermoso dejar Valencia por unas horas? Me dejo llevar. ¿Esto no es también vida? Lo es. El inconveniente, también es vida. Buena vida. Vida razonable y más patrimonio personal. A veces los sueños pueden ser incompletos, pero no dejan de ser sueños. No es el gran Apocalipsis de San Juan ni el fin de las cosas. Ésto, sigue. La mente, busca y continúa. Necesitaba conocer mundo. ¿A esta edad? Sí, coño. ¡A esta edad! ¿Qué pasa? ...

Lucho conmigo mismo en cuestión de ideas. Es natural. Y como no puedo estar quieto, decido que la vida está para tomar decisiones y ya. ¿No había acaso una mujer que chatea, y que vive o dice vivir en Barcelona y muy cerca de la Estación de Sants? ¡Hayla! ...

Y en pleno recorrido turístico, tomo su teléfono y le marco el número. Isabel, se pone. Yo, pienso si será la misma que en el chat, o si es meramente una pose. Podría ser una buena ocasión y hoy, de descubrir todo eso. Porque a mí, lo que más me interesa siempre, es el paisaje humano. Las personas y sus diferencias.

- "¿Isabel? ..."

- ¿Sí? ..."

- "Soy Jose. El del chat ..."

- "¿Y? ..."

- "¡Que estoy en tu ciudad, Isabel! ..."

- "¿En dónde estás? ..."

Para mí, todas las conversaciones por chat que preceden a la primera quedada presencial, son mentira. Puedes intuir cosas, pero nunca puede haber certificación. Ni la voz aclara nada. La inteligencia digital nunca podrá con un perfume a Lavanda.

Isabel me ve, y cuando acerco mi cara hacia ella para darle dos besos corteses en las mejillas, ella ha sentenciado varios estigmas acerca de mí. Soy calvo, debía esperar o imaginarme como a un tipo encorbatado o con ropa cara, y no ha tenido contención para mostrar su cobra de desagrado. Ella y yo somos bastante distintos. Se ve.

Isabel tiene mucho dinero y yo tengo poco dinero. Y la presión de las clases sociales sigue ahí y tira fuerte. La mujer no quiere envejecer aunque lo niegue mil veces, pero prefiere no comer mucho para así no engordar. Hoy he desayunado poco, y a pesar del bamboleo pensado del Bus Turístic, yo tenía mucha hambre. Me comía lo que fuera, y ella apenas podía con verduritas cuando entramos en un curioso bar de gallegos que ella conocía bien. Me lo confesó.

Esta mujer parece pertenecer a una burguesía catalana, en cuya familia todo ha salido bien y todos lo han hecho fetén, salvo su ex que ya murió. Me sorprende cierta actitud vital que oraliza, afirmando que no traga a esas mujeres de su edad, que parecen estar buscando a hombres y a la desesperada hasta debajo de las piedras.

Isabel me dice que élla, no. Que, se ha hecho mayor y que ya está. Que los hombres los quiere para todo lo amigos educados y respetuosos que hayan de ser, pero que algo más nada de nada. Se envuelve, en mi opinión, en sus autonegaciones del deseo y de las ganas de complacer a sus hijos, nietos y demás familia, que parece preferir la castración de su libertad. Y se defiende, bien. No le hables de sexo educado, o te podrá decir que quizá para eso pueda tener en su cuarto juguetes femeninos de placer, pero aguantar a un tío, nada de nada. ¡No! ...

Mi diagnóstico especulativo sobre ella es, que envidia a las mujeres que sí buscan tíos de debajo de las piedras. Porque el deseo es mucho más natural que su actitud. La respeto y acepto discrepante su discurso, pero mantengo que la vejez está en el cerebro y no en las partes.

Como buena burguesa, no trata bien al camarero, y trata de mostrarse superior a él. Supongo que el poder es éso. Si tienes mucho dinero, deberás demostrarlo con actitudes escasa o nulamente éticas para poder afirmar sin el más mínimo envaramiento, que ella manda independiente en su vida holgada, que ama a sus gatos con locura, que es hiperactiva en todo menos con los hombres, y que está deseando que acabe la comida para largarse a su casa. Y me malicio que para borrarme de su apuesta de cercanos. Quizá estoy demasiado vivo y peligroso para ella, y se defiende abreviando que es gerundio. Vanidad sería, si yo afirmase que sabía de antemano lo que iba a pasar cuando la conociera en persona. La palabra es: nada. Nada excesivamente consistente me deparó el discurso de esta mujer. Fui segundo plato para ella desde el minuto uno. Despedida, y saludos. Que tenga mucha salud en su vida. Pero, un poco lejos de mí ...

He descubierto la reflexión que se siente cuando uno tiene las piernas cansadas pero el corazón fuerte: que me siento libre ahora caminando sin rumbo demasiado fijo por las calles barcelonesas. Y me detengo ante la antigua Cárcel, lugar en el que fue matado a garrote vil, Salvador Puig Antic. Por apostar por ser libre y digno. ¡Por bravo! ...

Unos graffitis acertados, decoran las paredes de aquella terrible ex prisión. Ahora parece ser un colegio. Siempre será ternura y memoria histórica. No es sano olvidar.


Llego de vuelta más que extenuado al Mercado de la Boquería. Le compro a una mujer, medio kilogramo de higos pajareros. Una nueva mujer andina, trabajando y con garbo y decisión. Mi porte es apocado, pero mis palabras son contundentes. Estoy cansado, y quiero que me despache pronto para ir a descansar de una vez.

La decidida y brava vendedora andina, se sorprende gratamente ante mi cara soleada de cansancio y resolución a un tiempo, y me da charleta y conversación. Me vengo arriba porque soy español, y porque lo que compro será un regalo para unos buenos amigos.

Me dice la vendedora y con razón, que yo he estado esta mañana en el puesto, yle he preguntado por el precio del kilogramo de los higos pajareros, y que yo venía de Valencia.

Memoriona andina. Igual son los higos o las pasas que vende y consumirá, junto a todos sus demás productos de frutos secos que propone y que llenan su parada.

Yo, le digo que es una mujer con gran memoria, y que he cumplido mi afirmación mañanera de que volvería, a lo que ella vuelve a responder que yo debo tener más años de los que pueda aparentar, porque he sufrido. Y yo le respondo que ella no tiene la apariencia de ir a cumplir los setenta años que dice haber completado la semana anterior.

La vendedora vuelve a replicar. Y yo soy intuitivo y hasta chamánico, porque no deseo seguir de charleta dado que no puedo con mi alma. Ella, me desea una y otra vez, lo mejor. Y yo ya no sé qué hacer para sacármela de en medio. A su lado, una joven muchacha con aspecto de catalana, sonríe con atractivo y glamour, y hasta con pudor de chica guapa que aún debe crecer. ¡La juventud también es belleza y actualidad!


Ha sido un día fundamentalmente reflexivo y atractivo. Intimista, y de viaje hacia y en torno a uno mismo. Un día que te enseña mucho. Un día que te hace fuerte y te solidifica más el alma. He conquistado cosas. Ya sé venir sin preguntar a nadie, desde la Avenida del Paralelo hasta el Mercado de la Boquería. Empiezo a conocer un cacho cachito de Barcelona. Quien afirme que no tengo ni pajolera idea de la ciudad ni de sus calles, no podrá estar diciendo toda la verdad. Aunque argumente con fuerza, yo sigo creciendo convencido.



PARTE TERCERA.


Tercer en día en Barcelona. Piernas al borde del acalambramiento. Irse de aquí sin acercarse a la Sagrada Familia, es bastante absurdo. Y luego me pueden preguntar los amigos, y si les digo que no he ido, puede aparecer la sorpresa en sus rostros. Positividad y corrección. Iré. Y miro mi cartera, tomo un taxi y para allá que me voy.

La Arquitectura, Gaudí, la pintura y tal. Sí. Son artes extraordinarias. Pero no son las artes que más que gustan. Se trate del gran Gaudí o del fotógrafo del pincel Sorolla. No es lo mío.

Descubrí que quería quedar bien, yendo al gran Santuario gauditense. Me autoimpuse presión social para ir. El taxista no parecía catalán. Luego, os contaré lo que es la libertad. El taxista que me llevaba a la Sagrada Familia, no parecía catalán. Pero sí de costumbres. Era afable y práctico. Le utilicé y le pregunté mil cosas en quince segundos. Y puso en marcha su Maps, y me iba diciendo todo. Hasta, que en el Bario Gótico,-que antes fue el Barrio Chino-, la inseguridad viene porque los alquileres están baratos, y entonces muchos árabes se juntan y le pagan entre todos al casero. Me dijo que allí había hasta narcopisos. A mí lo que me parece esto es que se ve que el Ayuntamiento no tiene apenas recursos para integrar a estos magrebíes. Y sus vidas caminan entre la precariedad, el rezo, la tristeza, la paciencia, y a veces los bolsillos de los turistas. Como yo.

Más Andes. Honduras. Enfrente de la Sagrada Familia, había una fiesta bien vistosa de hondureños, en donde las mujeres agitaban femeninamente sus faldas típicas con orgullo y arrobo. Muchas fotos de móvil de turistas y mucho contagio alegre. Honduras tiene derecho a descansar. Era domingo. El momento ideal para disfrutar del papacito sol. También tienen todo el derecho del mundo a disfrutar y reivindicarse. ¡Enhorabuena!

Sí. Llego a la Sagrada Familia. Había miradas retadoras y competitivas en las colas que rodeaban por completo el edificio emblemático. Ni siquiera te dejaban pasar a verlo por afuera. Me lo advirtieron los seguratas que blindaban el acceso a las verjas. Y me dijeron que me sacara un ticket por internet. Me había ese día una persona física humana a la que dirigirse. Son tiempos de la revolución digital. ¡Jódete! No tengo ni idea de lo digital, porque eso lleva parejo, dinero. Y yo de éso, tengo demasiado poco. Y me fui de allí.

Iba a ver por dónde se iba al Camp Nou del FC Barcelona que es mi equipo, pero ya el taxista me había advertido que solo estaban hechas algunas gradas inferiores, y pensé que para ver una cosa incompleta y en obras, era mejor tener otro recuerdo mental. Y en ese momento tuve una buena o prometedora idea. Un deseo: ir al Jardín Botánico de Barcelona. ¿Cómo se hace éso? ...

Efectivamente, me dejé llevar por la idea de libertad. Me gustan las plantas. En mi casa de Valencia tengo al Jardín Botánico al lado, y lo visito con frecuencia. Para mí, las plantas son la vida. Y volviendo a la libertad, no dudé. Alguien me dijo que se tomaban dos líneas del metro, y desde ahí y con un bus te llevaba al Jardín Botánico.

Obedecí, pero estando en el metro me fui de la lengua y pregunté en qué parada había que bajarse para tomar el bus. En la parada del Arco del Triunfo. Hice caso y me bajé ahí. Antes de salir de la boca del metro, pregunté al personal del sub urbano. No tenían ni idea. Eran jóvenes. Peligro. Los jóvenes ya pertenecen a un mundo distinto. No me aclararon nada, y yo salí nada convencido de estar bien ubicado. Y en uno de los banquitos de por allí, había un hombre veterano, el cual ante mis preguntas, concluyó: - "Es fácil. Todo recto por ahí a la izquierda, y ya se ve el Jardín Botánico ..."

Le di las gracias al hombre, pero cuando llegué a donde me dijo, allí lo que ponía era: "Bienvenidos al Parque de la Ciudadela". Allí habían bafles de música y mucha animación. El recinto era enorme. La gente paseaba con regocijo. Les vi felices. Pero yo seguía con mi obsesión: "¡Ya me han jodido! ¡Que esto no es el Jardín Botánico! ¡Coño! ... Y tras pensar esto, vi unos pequeños invernaderos. Y al lado, una caseta de información. Me dirigí a los chicos de Parques y Jardines. Dado su oficio, deberían conocerlo todo. Pero me encontré de nuevo con el choque cultural. Estuve veinte minutos esperando a que una parejita de empleados del Parque me hiciera una croquis de qué se podía hacer para ir a mi deseado Jardín Botánico barcelonés. Anotaban, y venga a anotar. Pero nunca perdían de vista a su dios ordenador. Y de vez en cuando me lo mostraban ladeándolo hacia mí para que yo lo viera. Y a mí me importaba un solemne pito todo lo que me decían y me escribían en el papel. En lo único que pensaba era en que mis piernas apenas me tenían en pie, que para llegar al Jardín había que ir hacia la Montaña de Montjuic, que podía hacerse demasiado tarde, y que pronto sería el momento de volver a la Estación de Sants camino de mi Valencia. 

Les seguí la corriente a los chicos informativos, burlón por adentro. Aún conservo el papel informativo que me dieron. Esas cosas no se tiran. Hubo muy buena voluntad. Pero, ¿en dónde estaría una nueva y cercana estación de metro? Me lo preguntaban afanosa y continuamente mis piernas. Oiga, preguntar es perder el tiempo. ¿A gente de cualquier edad? Mi consejo es que nunca preguntéis nada a nadie salvo que se trate de una emergencia. Os aseguro que no preguntar en 2024, es mucho mejor. Hay que aceptar a la sociedad. y finalmente localicé de suerte una boca de metro, y vi que al lado había un bar de chinos. ¡Osti, cosa barata! ¡Aprovechemos! ¡Santos chinos! ... Y entre en el local. No había nadie. A mí no me gusta comer en las terrazas de afuera. Bien es cierto que tampoco había nadie en las terrazas exteriores. Salvo una rubia madura en espléndida primavera física. Un portento de mujer, tomándose una cerveza con unos amigos. Y nadie más. El solecillo era precioso y mantenía suave la temperatura. Ideal. Y en ese momento me sentí fuerte.

No tenía ni repajolera idea de en qué lugar de Barcelona estaba, pero esa circunstancia me llenaba de agrado y placer pleno. Disfrutar perdido. Es algo con que la vida me premia. La confianza en mi civilización. Cuando no pasa nada. Cuando el peligro descansa. Todo relajado estaba. Confiado. Libre. ¿Existe el miedo? ¡No! Y si existe, aquella tarde no lo conocí. Se debía haber ido. Y lo que pasaba es que yo estaba disfrutando desinhibido, plenamente de mi libertad. ¡Qué gustazo! ...


Las grandes Estaciones de trenes, suelen ser un caos. La masa turística no puede evitar abarrotar los trenes y lo que haga falta. Es como si hubieras vuelto al neonomadismo. Lo comprendo. También me pasa a mí. Necesitaba de nuevo esta experiencia. No pensé en mis piernas. Tampoco son las de Sharon Stone. Son el producto del acontecer de un tiempo excesivo, desafortunado y pretérito. Ahora era el momento de intentar descansar en el tren de vuelta. ¡Más de tres horas sin moverme! Duro y necesario. Justo.

Esta vez, mi compañero de asiento no fue Lotta la holandesa simpática y atractiva de la ida. Sino un tipo joven todavía, y fuertote, que le decía a unos amigotes que era casado y tal. Olía a hombre. Tenía un olor potente, casi penetrante. Un tipo aparentemente con pocos estudios, con mucho vivir, y con destacada singularidad. Me cayó gordo desde el primer momento. No cruzamos en todo el trayecto ni una sola palabra y pocas miradas. Llamó a alguien por teléfono y charlaban sobre proyectos laborales. El hombre hablaba fuerte y seguro. Como el que ya está de vuelta de todo a pesar de su todavía juventud. Parecía una suerte de sabelotodo vital. Alardeaba. Su cuerpo era fuerte y ancho. Competitivo. Me apretaba sin querer con su brazo, pero no parecía importarle, porque lo que seguramente deseaba era estar cómodo.

Le noté pelín machista en su porte. Un tío, que seguro no sería favorable a la corriente feminista. Ya me entendéis. Era un tío, muy parecido al significado coloquial de dicha palabra. Pelos de antes, y criado en los juegos digitales de las consolas. Este hombre, decidido y fortachón, no iba a aguantar así como así de estatismo las tres horas y pico en el tren. ¡Ni hablar!

Sacó un enorme cargador y lo conectó a un PC, sin dejar de mirar a su móvil. Sería y era para no quedarse sin batería ni ordenador. Veía las noticias de la tele. Eso es el futuro llamado presente. Puso una emisora muy conservadora, y en seguida la quitó. Porque lo que hizo todo el rato, además de estar con el móvil, fue jugar a los videojuegos durante más de dos horas y sin parar. Disfrutaba como un niño con todo aquello. Me sorprendió cómo los hombres que hablan de semillas creo que transgénicas, gozan tanto con los videojuegos. Estaba enviciado entre la economía, el trabajo, el dinero, la posición social, la seguridad en sí mismo, y el mundo virtual. Quiere ser hijo de la postverdad y lo va logrando. Me pareció que le aterrarían las dudas y la incertidumbre. Y de vez en cuando, y con modales toscos y enérgicos, asía una gran botella de agua con sus hipermusculados brazos de gimnasio, y con brusquedad se metía un tragazo. Hasta que finalmente avisaron por megafonía que llegábamos a Valencia. Que este hombre sea muy feliz con sus semillas, con su mujer, con sus videojuegos, y etcétera y etcétera. Pero si no lo veo nunca más, es seguro que nunca notaré su ausencia.


Ya en Valencia, vi que en mi calle cortada por Fallas, habían colocado otra carpa anexa, enfrente mismo de mi portal. Todos iban a cenar o estaban ya cenando. No me gustó esa otra libertad. Porque no respeta tanto como otras. Me enfadé y pensé que esa noche el bullicio y los petardos no me permitirían pegar ojo. Pero el agotamiento es muy sabio y poderoso. Me quedé frito en seguida, y no me he enterado de nada en toda la noche. Sé que es maravilloso.


- EN EL FONDO, TODO LO ES! ...-





 

miércoles, 13 de marzo de 2024

¡AYUSO SÚPER STAR!



" ¡A mí que no me la toquen! ¡Ayuso es la verdadera Presidenta de España! ¡No! No solo es la de Madrid. Porque los demás de su Partido no le llegan ni a la suela del zapato. ¿Es que no lo véis, jolín? ..."

" El pueblo te ama, Ayuso. Eres lo más grande que le ha pasado a España desde muchísimo tiempo atrás. Yo sé de un maravilloso señor gallego, que te vería como a una hija o como a una sucesora. ¡Que no me toquen los mismísimos! El Feijoo da para lo que da, y el alcalde debería haber crecido algo más. "

"Fervor con Ayuso. ¡I love you! ¡Te quiero toda! Nada más hay que verte, moza. Me hechizas cuando te veo resuelta y decidida frente a ese puto comunismo traidorzote que quiere tirarte a la pira. ¡Porque te temen! Porque saben que tú les paras los pies y de raíz. Porque en este país llamado Españita mía, no hay nadie que ose toserte. ¡Coño! ..."

" ¡Ahora que si las mascarillas! ¡No paran los de Koldo y compañía! Los que pactan con los independentistas. Los rojos de Sánchez y los adláteres. Muy verde está Sánchez. Y el futuro le espera fuera de La Moncloa, en donde ya todo huele demasiado ..."

"Primero, que si tu padre hizo esto, Isabel. O si tu madre, o si tus hermanos, y ahora que si tu novio hizo aquello. ¿Alguien se va a creer a estas alturas del partido que van a poder tumbarte? ¡Que no! ¡Que no se lo creen ni ellos! Y tienen la cosa de referirse a ti como si fueses de las maneras del americano Trump. ¿Y ellos van a preferir al anciano Biden? ¡No! Los americanos inventaron la Libertad y la modernidad. Y saben perfectamente lo que deben hacer y lo que no deben hacer. "

"¡Oh, Ayuso! Estás ahí, no te escondes, das la cara, eres maja de Goya el pintor, la verdadera Puerta de Alcalá que cantaba la roja aquella, tienes todo el carisma, sabes ser atractiva, saber estar, y cuando llega el momento de las Elecciones, entonces los rojos se callan como putas. Porque el resultado y los datos lo dicen todo. ¿Dónde está el coletas aquel que decía que iba a romper los cielos o no sé que sandez? ¡Ya lo ves en donde está! Haciendo el ridi en una tele que se ha puesto, y ¡riñendo hasta con su fiel profesor de no sé qué como es el Monedero ese! ¿Alguien da más? ..."

"¡Koldo! ¡De Koldo es del que deben hablar! ¡De ése, y del otro que se ha ido al Grupo Mixto haciéndose el digno! ¡Viva Isabel Díaz Ayuso! ¡Presente y Futuro! ¡Siempre! ..."

"Sánchez está sufriendo. Como en aquella canción de los Hombres G. Él se lo ha ganado por hacerse el supertodopoderoso que todo lo invade. Y, ¿piden la dimisión de Ayuso? ¡Ya se sabe! Quieren meterse con ella porque le tiene terror electoral. Porque Madrid está más de moda que nunca. "

"¡Todos quieren venir a Madrid! Madrid es mucho Madrid. ¡Como el Real Madrid de fútbol! ¡Ese equipo que siempre gana y al que tanto envidian algunos gilis! ¡Coño! ..."

"Ayuso. ¿Ahora que si tu novio ha hecho no sé qué? ¡Hombre! ¡Ya está bien! Lo que se tiene que hacer es tener mucho más respeto a los Jueces, que cada vez esos rojos les tienen menos. Y sobre todo, aceptar las reglas del juego. Y las reglas del juego extremadamente mayoritarias, marcan un chotís y dicen que solo es atractiva la Libertad. "

"¡No hagas caso y tú para adelante, Ayuso! El tiempo cotidiano te da y te pone más razones, ¡reina mía! Contigo nunca habría pactos con independentistas que quieren romper España, ni pegas para tu premio de Fórmula 1, ni tus éxitos evidentes, ni crítica ante esos listos que invaden nuestro país con peregrinas excusas de solidaridad y hasta mangancia. ¡Ni hablar! ¡A Madrid se entra con papeles, con ganas de trabajar, y con una sonrisa en los labios de plena Libertad! ..."

¡COMO LA TUYA, AYUSO!
 

martes, 12 de marzo de 2024

- OPORTUNO PARA SWENKA. -



Swenka es de Riga. En donde los fríos menos importantes son los meteorológicos ...

Carlo apenas tiene contacto con la realidad. Es un vejete impedido, y está muy solo. Por casualidad ha conocido a Swenka. Carlo le ha ofrecido su casa de Siena para que viva con él, y ella le ha sonreído. A continuación, lo que semeja un favor mutuo, se ha decantado estrepitosamente hacia uno de los dos.

Swenka, sin domicilio, habría encontrado un lugar en donde pasar las noches, las estrategias y los descansos. Y Carlo tendría en su hogar a alguien que le evitaría demasiados disgustos. Carlo necesita silla de ruedas porque la edad no le procura ya frescura a sus piernas, ha roto el contacto con su hija politoxicómana, y vive casi por inercia.

Algunos conocidos han podido observar el semblante de Carlo. No es el de antes. Lleva mucha tristeza interior. Y lo que es peor, demasiada preocupación exterior. Carlo ha perdido mucho la sonrisa de aventura que mantuvo durante muchos años, y que combatía con la ludopatía y con el desenfado y practicidad en lo cotidiano.

Pero pasa algo más. Carlos tiene espíritu de terror. Está cagado literalmente. Nunca pudo imaginar lo que la desesperación delincuencial es capaz de engendrar en la buscavidas y atractiva Swenka. ¡Nunca! ...

La rubia oportunista fue indagando acerca del corderillo Carlo. Le supo solo, y a merced de todo. Y comenzó a hacerle firmar documentos y a hacerse con su dinero.

El bisturí mental de la letona mujer, consistía en su fortaleza física y en la frialdad de su miseria. Un día agarró a Carlo del cuello, minutos antes de irse por ahí a divertirse, y le dijo que si había entendido cuáles serían a partir de entonces las nuevas reglas del juego. Sí. Carlo sería la mierda de Swenka, su esclavo y su posesión. Y si decidía romper el pacto, en cualquier momento acabaría con su vida.

Su hija politoxicómana, se enfrentó sin éxito a Swenka. La mujer nórdica no tenía nada que perder. Anuka es el nombre de la hija de Carlo. Y sabe que si se enfrenta a Swenka, no tendría nada que hacer. Y en el fondo, Anuka es vital y hasta pizpireta. Ama demasiado la vida, su padre le importa un rábano, y piensa que es mejor dejarlo todo como está.

Swenka ha hecho algunos amigos en Siena. Para ello, les entrega el placer de su cuerpo si es necesario, y se impone a ellos. Conoce a algún policía, a abogados, a gimnastas musculados, y sonríe haciéndose fotos junto a un joven imberbe.

Pero no pierde el tiempo. Swenka es muy rápida. Sus ojos son grandes, su edad bastante discutible, su figura armónica, y su futuro es su presente. Por ejemplo, cuando no hay día en el que no tome por el cuello a Carlo con sus manos, y le advierta con un grito que nadie oye, que ella es muy generosa y que por ahora le va a dejar vivir porque necesita su dinero. Pero que no haga planes. Va a morir cuando ella quiera ...

¡Tiene lugar! Es de noche. Swenka ha tenido un día intenso y enfadado. De modo, que esta vez el cuello de Carlo se ha quebrado definitivamente. Lo ha matado. A continuación, ha llamado a personas poderosas en Siena, las cuales le han prometido protección. Defensa. ¡Impunidad! ...

El forense ha certificado la muerte. Y tras hacerlo, le ha mandado un mensaje a Swenka: "Todo irá bien. Cuenta conmigo. Conozco a jueces y policías. El viejo es tan desgraciado que pocos irán a su entierro. Pongo en el papel oficial, que ha sufrido un infarto. Si acude la hija al entierro, ya me avisas. Tu aventura en Siena seguirá limpia, Swenka. Pero dentro de unas semanas es mejor que abandones la ciudad. I love you, Swenka! ..."

La hija de Carlo no asiste al entierro. Solo van los conocidos del viejito. En la Iglesia, el cura lanza una prédica stándar. Dice que: "Carlo ya está en el Cielo y que el Altísimo le ha premiado con su definitivo descanso ..."

Nunca nadie de los conocidos de Carlo, le dirá a Swenka lo que piensan de ella. O, casi nadie ...

Se limitan a mirarla entre fijeza y temor. Swenka está ahí. Altiva. Inocente, y pensando en futuras fechorías. ¡En vivir! ...

Andrelino es homosexual. Conoce e intuye bien a Swenka. Se apartó de la amistad de Carlo, porque olió que aquella relación estaba demasiado podrida, y para él aquello resultaba absolutamente peligroso.

Andrelino está furioso en el funeral. Mira a todos con una enorme distancia. Los corruptos amigos de Swenka sonríen con disimulo las impotencias del amigo más amigo de Carlo. Y de repente, se vuelve enloquecido hacia Swenka y le grita: " ¡¡Lo has matado, puta !! "...

No solo nadie dice nada, sino que Swenka le sonríe con una mezcla de indiferencia y de rechazo. Con superioridad y aparente dignidad.

Esa misma noche, se oyen fuertes golpes en la casa en donde vive Andrelino. Son dos hombres que sobrepasan con creces el metro y ochenta centímetros. El objetivo es darle una paliza brutal e inutilizarlo sin descartar la muerte.

Lo que ocurre es que Andrelino ha partido ya para Lecce, en donde viven sus hermanos y conocen el drama de Andrelino. Nadie hay pues en la casa. Tan solo un papel. Y uno de los tipos de Swenka lo localiza. Y lo lee apresuradamente. En dicho papel, indica lo que sigue:

- "Sé que vendríais a matarme. Por eso me he ido. Tengo un gran deseo de vengar a Carlo. También tengo muchos amigos en la "Camorra". Swenka debe entrar en la prisión por lo que ha hecho. Conozco a Carlo desde que éramos unos niños. Os juro y sé, que esto no acabará como vosotr@s pensáis ..."

Los tipos de Swenka informan a su amiga acerca de lo sucedido. Y entonces, la letona no puede evitar tomar varias copas de vodka, mientras ríe a carcajadas y les dice a sus amigos que esa noche quiere verles y divertirse mucho con ellos. Se incluye, sexo, risas, aventuras y libertad. Y los amigos de la mujer se relamen y ríen.

Mas no hay nada definitivo. Carlo ya no está. Lo ha matado la sociedad, su infortunio, y unas manos femeninas de fuerza letal y fría. Solo el futuro pondrá el punto final a esta historia.

-LO DEMÁS SON AHORA MERAS ELUCUBRACIONES. -
 

martes, 27 de febrero de 2024

- AQUELLA MERCERÍA. -



En extinción. Otro tiempo. Otra mujer. Otras costumbres. Otro mundo. Otro rol en la mujer. Una libertad. Y también una nostalgia, y mil aparentes ternuras femeninas.

Juanita. Valladolid. Una de las mejores mercerías. Un tiempo que existió. Un mundo especial y vetado a la masculinidad. La mercería era mujer. Y abundante. Cosa de mujeres. Apasionantes los diálogos entre las merceras y las clientas. Las modistillas. La seda. La prenda femenina. La costura. La relación cotidiana y hasta íntima entre mujeres que desearon renovar sus prendas y su imagen sin que muchos cotillas pudieran poner la oreja.

La cliente no solo le pedía a Juanita elementos y trabajos de encajes y costuras de su mundo condicionado, sino que a veces hasta se hablaba de amor. Sí. De novios, de atracciones, de señores, de conveniencias, de consejos sentimentales o hasta de recetas de cocina.

La mercería fue mucho más que un tiempo de comercio entre mujeres. La mercería atrapaba la sensibilidad de los varones, era como una Gran Superficie pero en pequeño, en donde ordenados los cajones, había de todo. De todísimo. Agujas, dedales, ovillos, botones, tejidos, encargos, más costuras, medias íntimas y de escándalo disimulante, pedidos, tiempos de charleta, sonrisas cómplices y comprensivas, complicidad, profesionalidad, calor, satisfacción, bienestar, radionovela, cotilleo, rubores y franquezas. También lesbos.

Juanita, la mercera, ya ha asumido que el mundo es otro. Y que adiós a los portaligas, a los ligueros, a las manualidades, a las orlas excesivas, y a esa femineidad popular de glamour que hoy ya no se demanda y que se repliega para no volver.

La Gran Superficie se ha comido a la mercería. Apenas está en casa la cajita con sus ovillos, o aquellos dedales defensivos para los dedos y tan llamativos y hasta extraños a la vez.

La mercería destilaba femineidad. Ternura, y hasta tabú. Juanita recuerda más pecados femeninos que el cura del barrio. Porque allí, con poco espacio y toda la magia, las ya abuelas de las chicas de hoy sacaban el revoloteo de sus hormonas y feromonas, y se confesaban. Se confesaban mucho a la mercera. A Juanita.

De todo. La psicología femenina para las distancias cortas también es seda y suavidad, profundidad, fantasía y risa púber o deseosa. La mocita que se sentía mujer, se ponía ruborizada, pero tenía las ideas claras. Quería algo que la hiciese atractiva y que pudiese agradar a la grey varonil.

La mercería era como una segunda peluquería,-ahora de la ropa-, y en donde la señora de toda edad se abría y se daba a conocer a través de sus compras y pedidos. Sí. Había mirones en las proximidades de las mercerías. Porque la represión era potente y los espacios reducidos. Los tíos, disimulaban ...

La chica, la mujer, la sorpresa, no iban a estar con el serio y sesudo cura de la Iglesia cercana. A un cura, una chica no podía confiarle sus aspiraciones y sus deseos fervientes y reales. Porque entonces una mujer era el pecado, el problema, la tentación, la de no molestar y estar en casa, la de la pata quebrada, la que nunca sabría mandar, o la que no importaba demasiado que estudiara y se formara. ¿Para qué? ...

La mujer debía tocar a la puerta del azar, y encontrar un pleno acierto en el hombre que depositaba la ternura de sus ojazos. Debía ser contenida, hablar bajo, vestir tapada, contener su humano deseo, renunciar al éxito de las heróicas divas que llamaban guarras, y su tiempo menor era disimular mucho, escuchar a la radiofónica "Señora Francis" que era un hombre, y tener mucho cuidado en no llamar la atención. ¡Ni para bien! ...

La mercería podía salir a su rescate. Todo solo podía parecer un trabajo, la voz podía ser realmente femenina y hasta para mal. Pero allí adentro había el oxígeno de aquel tiempo, rebeldía contra la resignación, risitas pudibundas, y hasta señorongas decididas a pescar al primer incauto que pudieran pillar. Me da igual que la mercería apenas resista ya el imperio evolutivo del tiempo.

Y sé que en las mercerías hubo sueños y esperanzas, y cuajaron algunas ilusiones femeninas, y la mujer soñó con su chico de la película, y también igualmente con que se movía y daba rienda suelta a una especie de Noche de Reyes. La mercería fue un frasquito de vida, como lo es un kiosko, o una posada anónima en una carretera, o como la nostalgia de una mágica estación de un tren que ya no pasa. Pero que en tiempos lo cogió Penélope para no volver.

-QUE DIRÍA EL MAESTRO SERRAT. -
 

miércoles, 21 de febrero de 2024

- CINE: ¡LA SOCIEDAD DE LA NIEVE! -



Decisión. Palazo. Maravillosa dirección de Juan Antonio Bayona. El hombre y la supervivencia. La moralidad y la realidad. Ha habido mala suerte. La aeronave se ha hecho hierros entre la nieve andina. Han muerto muchas personas. Todo es grito, shock, dolor, sangre, desgarro y consecuencias. Y un frío de mil pares de negatividades, y todo se convierte en aciaga contingencia. Todo se ha puesto crudo. Parece que tener esperanzas, es soñar ...

Cercanía. El director muestra primeros planos, mucho dolor cercanísimo, mucha gente a la vez intentando asimilar la tragedia que les invade. Miradas a los ojos, cámara sobre las manos, los rictus o las palabras. Nada más humano.

Sobrevivir. ¿Qué coño es eso de sobrevivir cuando se tiene mucho, incluida la sana vida, la juventud, el deporte, la fortaleza y el horizonte vital? ¿Qué puede pasar cuando todo se tambalea, cuando todo está al revés, cuando no hay más bemoles que llorar juntos, que decidir juntos, que urdir juntos, que hacer sociedad, que respetarse el pánico, que poner orden, y todos los etcéteras que tienen lugar en el medio de un espanto? ...

Cuando todo parece que fenece, la razón busca y busca. Y lo considera todo. Se abraza y encomienda al Dios, e incluso piensa en comer ... ¿Comer? ¿Qué comer cuando no hay nada más que vivos, heridos y muertos en medio de las cumbres nevadas con un frío glacial? ...

Impactos. Golpes. Más golpes. Aludes. Más gente atrapada. Jóvenes muchachos de un equipo de rugby aplastados por los aludes de las tormentas y la nieve. Hasta que una locura maravillosa logra hacer que un superviviente se líe a golpes y alcance a abrir un hueco en la trampa de la nieve. ¡Carajo! ¡De nuevo la luz! ...

Viendo este gran documento fílmico, puede entenderse por qué esta película no ha sido finalmente nominada para el Óscar a la mejor película extranjera. Sí. Es, porque nuestro mundo no aguanta mucho la realidad de la angustia, se tapa el ojo, y decide que el cine solo habrán de ser comedias o películas con bastantes sonrisas y las menos angustias posibles. Lo de menos es que la peli esté más que bien hecha. El asunto, es si el espectador estará hecho a la propuesta. En esta sociedad, no será la mayoría.

La muerte, aprieta. Aprieta, hasta que no haya otra que alimentarse de los cuerpos de la gente fallecida. Comer o morir. Nadie va a ir a su encuentro. Les tienen por muertos. No les han visto y han desistido de la idea de rescatarles. No es posible que transcurridos muchísimos días, haya alguien vivo ahí. No han visto los restos de la aeronave, porque son pequeños y están desperdigados y tapados. Un buen trozo, hace a los supervivientes de voluntarioso escudo para el infernal clima exterior que es muerte.

Decisiones. De nuevo la supervivencia. Quedarse quietos sin hacer nada, no es sino un suicidio. La única forma de soñar es el reto físico y dinámico del enorme esfuerzo del largarse de ahí en busca de vida y ayuda. Hacia donde sea. Les ayuda el ser jóvenes y amantes del duro rugby. Atletas. Pero eso no es garantía suficiente. 

La única garantía es la decisión y el inconformismo. La protesta corporal. No les da la gana el morir. Y una pequeña expedición, se agota subiendo y bajando la cordillera andina, desorientados por completo y a merced de las tormentas y el dolor.

¡Vamos! ¡¡Vamos!! ... Es la idea salvadora, la idea genial, la idea que puede darle un corte de mangas brutal a la muerte definitiva que parece jugar a burlarse y a relamerse entre los desafortunados.

Pero, ¡sobreviven! ... Mientras caminan y se coordinan, están esquivando la muerte direccionando hacia la diosa Vida. Y casi de repente, los expedicionarios de la avanzadilla perciben que la nieve cede, que aparece la hierba verde, y la roca desnuda. Y parece que poco cambia, que no se sabe por donde avanzar, y que todo sigue idéntico destino.

Mas esta vez, aparece un hombre. Un lugareño subido a un caballo. ¡El encuentro! ¡La muerte ha de joderse! No ha podido con todos. El contraataque humano de su inconformismo ha tenido un espléndido final. Son rescatados de la montaña terrible, los vivos, los heridos y los muertos. Todos.

Se desata la emoción en la sala del cine en donde todos lloramos como humanos todas las últimas escenas del film. La fuerza emocional es imparable. La tragedia que pasó a la Historia, se ha rememorado con todo el acierto.

¡POTENTÍSIMO!