martes, 5 de marzo de 2013

- LA PANADERA MARÍA JESÚS -



Cuando miro un tanto entristecido el potente cambio de huída hacia la modernidad de mi barriada entrañable, noto a veces aliviado que aún quedan restos de lo que  fue  lo  que  llamábamos nuestro "poblet". Nuestro pueblecito en castellano.
Porque todavía existen personas entrañables que me retrotraen a mi niñez    y    a    mi  adolescencia de nostalgia, y que hacen sostenible esta bellísima ilusión.
Hoy os hablaré de mi panadera. Sí. De la señora María Jesús. De la mujer   del    señor   Salvador el hornero, y a la que ayudan sus hijos en el citado horno del pequeño comercio familiar y coqueto.
A mí no me gustan ni me han gustado esas monstruosas grandes superficies, en donde el calor es impostura, y la frialdad y la invidualidad el denominador común.
En cambio, en mi horno ... Sí. Hablo y digo, mi horno. Porque es el lugar a donde toda la vida vamos a comprar los panes. Fueron, mis abuelos, mis padres, y ahora soy yo. Recuerdo que a mi madre se los hacían por encargo, dejaba la bolsa del pan, y cuando volvía del Mercado Central retiraba la mercancía que antes le daba a mi tesoro dejarla bien pagada. Y mira que los panaderos le decían a mi tesoro que no se preocupara, y que les pagaría a la vuelta. Mi madre siempre se negó ...
Como sabéis quienes me leéis habitualmente, mi madre ya no tiene apenas movilidad, y ahora  soy yo quien va al horno. Y una de las razones por las que voy, tiene mucho que ver con la panadera, la señora María Jesús. ¡Coño, nos aprecia mucho! Se la nota. Me da los panes, le abono el importe, y me dice que cómo me van las cosas, que cómo está mi madre, y todas esas cuestiones que propician la aceptación y la cercanía.
La señora María Jesús, parece una panadera de pueblico y bien tradicional. Tiene maneras serviciales y casi de mimo para todos los clientes. Yo la veo igualmente a veces darle alguna vianda a los mendigos o excluídos, y sobre todo, imana paz de buena gente entre su sonrisa auténtica y su mirada alegre y serena.
La señora María Jesús sabe escuchar, se detiene al discurso, respeta como pocos a sus vecinos, y es gracioso ver cómo a veces duda y se trabuca un poco desde el afán de satisfacer lo mejor posible las compras de sus clientes. Se desvive por ellos. Se nota    que   ama  su  profesión, y que le gusta estar con nosotr@s y escucharnos, y sabe comprender el mundo actual pero sin dejar de recordar la raíz de lo que todos fuimos en el barrio.
Esa conciencia de saber que somos próximos, que somos trabajadores, y que la vida es levantarse e ir al horno, es un ejemplo que me resulta grato porque es realmente hermoso.
Es mujer dulce, menuda y delgada, quiere a su revoltoso nieto con locura, y siempre parece que marcha anónima por las calles de mi barriada, firme, pero sin hacer estrépitos. Con admirable naturalidad y discreción.
A pesar de su edad, es tímida y le cuesta soltarse. Pero le contagian las cosas cuando te ve natural y sincerote. Entonces, interviene y opina con puntería y siempre con modestia. Y capta con sabiduría de la vida si mis ojos están alterados, o si por el contrario mi sonrisa surge natural de mi corazón. Pilla fácil, con el talento natural de la experiencia.
A mi madre la aprecia mucho, y a veces la entro con la silla de ruedas en el interior del horno y todos la lanzan sonrisas y alegrías. Pero, hay más. Porque la señora panadera María Jesús también me aprecia a mí, y además mucho. Porque me ve crecer, y soltarme, y se ríe con mis ocurrencias, y me da ánimos cuando me ve bajo.
Pues que se sepa que yo también la quiero mucho, y que me parece una señora tierna y de verdad. Con su vestido blanco de panadera y su actitud clara y casi de la familia, María Jesús me da un ejemplo diario de simpatía, gratitud, naturalidad y encanto. ¡Ah, y las magdalenas son fastuosas! ...
-BUENOS DÍAS, SEÑORA-

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