jueves, 28 de marzo de 2013

- PROCESIONES EN LA SEMANA SANTA ESPAÑOLA -



Fervor y rito. Los pasos. Las imágenes y tallas del Cristo y de la Virgen, recorriendo las calles de pueblos y ciudades.
Silencio, respeto, sentimiento, fe, deseos de esperanza y todo el ancestro y la raíz. Semana Santa, cofradía, hermandad, costaleros, nazarenos y capirotes. La España de la fe y del desgarro solemne. La reserva espiritual de una expresión que asombra incluso a los que no creemos.
Penitencia y dolor, esfuerzo descomunal, más silencio, y las primeras noches de la Primavera lluviosa y fría. Estilo, extrañeza, espectacularidad y ruído de tambores. Tambores de muerte y de vida. Tambores de Cristo.
La televisión y la indumentaria de los cofrades, la Madrugá, la Semana Santa Marinera de Valencia, o los empalaos castellanos. Viajes y turismo de curiosos atraídos por la moda de estos días y por el calendario español de la fe.
La saeta y el canto desgarrado de una voz llena de sentimiento y de dádiva en el dolor. El aplauso y el silencio. El gentío y el gran respeto reverencial. El Cristo de los Gitanos, la Esperanza de Triana, la Buena Fe, y toda la imaginería y característica de una España que se clava a una cruz ardiendo buscando un Gólgota de esperanza.
Castilla y austeridad, vestido negro y mantilla humilde, silencio que impresiona, y mirada concentrada y sentida. Castilla montañosa, Castilla fría y pasional, campo y audacia, pastores y fieles que sonríen lo justo para identificarse con su Señor Salvador.
Andalucía y calor. Color y farolillos, otra forma de espiritualidad que exagera la verdad propia a la par que trata de toda manera de darle autenticidad. Andalucía se calla y aguanta, sufre y reza como le parece, y sabe que los pasos y las procesiones de Dios en madera también son una forma original de hacer divisas e identidad.
Pies descalzos y lo que haga falta por Cristo el Señor. Amor al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo, a la ropa interior que nunca se puede ver porque se lleva en el corazón y en la marca. Sí. Esa saeta al cantar en el balcón. El bamboleo de las imágenes que nunca deben caer, la emoción y el riesgo valiente y forzoso que desafía la lógica de la salud terrenal. La Semana Santa es otro mundo y otra magia. Es el momento de sacar lo más inmediato que se lleva por adentro, y cumplir promesas y libertades personales. Sentir. El verdadero creyente, siente mucho su rito. Es su momento, y ora para que el tiempo respete la salida de su sacra procesión. ¡Haz, Señor, el milagro del anticiclón! ¡Que no llueva, o vendrá el disgusto llorado! ...
Campanilleros y tesón, turista y foto, japonés alucinado que aún no se ha recuperado de las Fallas valencianas, y que se encuentra de bruces con otro escenario inesperado. Tirón económico y asombro internacional. ¿Qué harán todos esos españoles vestidos    de  nazarenos con capirotes de temor, en medio de la noche que ya va oliendo a azahar y a tomillo? Fe. Hacen, fe ...
Y, negocio. Uno de los negocios fetén. Todo va a coincidir. El disfraz del cofrade, los esfuerzos de sostener las pesadísimas tallas, el ritmo a tambor y a vértigo, y  un modo de religiosidad que gana el ágora y te deja más que sorprendido. Casi perplejo.
Necesidad de fe y de sacarse todas las malas conciencias del adentro. Exorcismo y catarsis personal y sentida, oración y más silencio, muerte y resurrección, Nuevo Testamento y la eterna España.
La palabra queda huérfana ante el espectáculo vivido. Ya puedes contar y sentir que has estado en Segovia o en Sevilla. En Valencia. O en tantos y tantos lugares llenos de diferencia y caracteres. España de Españas, modos y formas, climas y anticiclones, borrascas y hasta procesiones en la misma playa que está abrazando y acompañando al mar. Ascenso en el Vía Crucis de las luces y de interior, de pueblito y de montaña. Calanda, Teruel, y su mortal estrépito en el Viernes Santo. Tamborrada en los tímpanos decididos.
Vitalidad y deseos frente al turista curioso. Formas de pasar las vacaciones laborales en compañía de una cultura de fe siempre inexplicable. Y en medio de la aventura de esta España vibrante y castigada, resulta que Jesús bajó a salvarnos. Lo mataron y resucitó a los tres días. Como una España que necesita resurgir de su Ave Fénix y desde su calvario personal y económico, somos durante unas horas llanto y desgarro de esperanza. Y los creyentes desnudan y exhiben toda su fe cañí.
-A SU MANERA-

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