miércoles, 1 de febrero de 2017

- EL "UNO". -



El paso del tiempo me lleva a conocer mejor a Paco, el hombre al que dedico algunas horas a la semana para acompañarle en su dolor. Aún es demasiado joven como para aceptar que un ictus le vuelve dependiente en su movilidad de los demás. Es inteligente, y se da cuenta.
Y también ese paso del tiempo me propone conocerme mucho mejor a mí mismo. Vivir es ese reto del medirse. Y de medirme mis recursos y fantasías, para confrontarlas en medio del descubrimiento presente de las cosas de la realidad.
El malestar y el contento, son familiares y de pequeños grupos establecidos. Y en el mundo de Paco, y también en el mío por carencia, son familiares y cercanos. Queremos que nos sorprendan las buenas y tiernas cosas inesperadas.
Lucas tiene cinco años. El otro día su abuela Herme no bajó a por su marido Paco porque el crío estaba con fiebre. Yo esperé a la furgoneta que le trae como cada día desde el Centro de Día al hombre. Le paseé, y le comenté algo de que su nieto tenía fiebre, y que ese era el motivo por el cual su mujer no había bajado a recogerle.
Paco caminó unos metros, pero pronto, con la excusa del frío viento, decidió abortar  el paseo en andador y subimos a la casa. Paco solo podía pensar en la fiebre del rubito niño.
Su mujer, Herme, estaba nerviosa como todas las abuelas que adoran a sus nenes. Paco estaba enfadado. Nervioso. Decía que la causa del resfriado del peque Lucas era de sus padres por obligarle a ir a la piscina. Que, no era tiempo de piscinas, a pesar del agua climatizada y todos los avances. Reñía con su discrepante Herme, la cual defendía a los padres del niño. Los dos tienen genio y son muy suyos.
Y de repente, me tocó a mí la emoción. Lucas, por primera o quizás segunda vez nada más, me citó  y dijo algo así: -"¡Voy a jugar al "uno" con José Vicente!" ...
Yo, me quedé sorprendido. Su abuela me aclaró que le había bajado la fiebre y que por eso quería jugar.
- "¿Conmigo quieres jugar, Lucas?", le dije. A lo que el niño respondió resueltamente: -"¡Sí!"...
Bien, Lucas , no sé que es éso del "uno" y de esos juegos infantiles actuales de naipes, pero vamos a jugar. Al juego se incorporó su recién llegada tía, del mismo nombre de la abuela.
Y de repente, casi de repente, totalmente de repente quizás, decidido e improvisado, allí que estábamos Lucas, su tía y yo, jugando al "uno". Y fuera de anécdotas lúdicas, el niño con su decisión había convertido las tensiones y preocupaciones en una magia sana, eterna, positiva, espontánea y afín. Había familiarizado con claridad a todos. Confieso, que estaba emocionado. Y más todavía que éso, satisfecho.
Porque mi cuidado Paco sonreía de oreja a oreja. Y mira que es difícil verle sonreír con lo que a decepción le sabe su vida dolorida de sentimientos. Sí. Paco estaba tranquilo y feliz, disfrutando de las cosas y ocurrencias inocentes de su nieto, y había ahí un intercambio en el que nadie se quedaba fuera o era ajeno.
Paco adora a sus nietos. Ha vuelto a ser padre. Porque ser abuelo es volver a serlo. Y un hombre duro como él, de poca gestualidad y escasa alegría, cuando ve a sus nietos se le ilumina el alma.
Venga, también os confesaré algo. Yo hacía mil años que no jugaba con niños. Estaba más que desentrenado en estas cosas. Pero la naturalidad y convicción; la lógica infante de Lucas, reconducía las cosas hacia la acción. Y allí jugábamos todos. Y yo eché en falta a unos hijos míos y a unos nietos, y por momentos mi cabeza se iba a la nostalgia inane. Pero Lucas una y otra vez tiraba de todos. Y me decía y nos decía: - "¡Ahora te toca a tí!, ¡venga! ..." Y todos volvíamos al juego y a la ternura.
Los ojos de su abuelo Paco conectaron con su corazón. El hombre se lo pasó bomba y se acabó toda tensión. Me fui de esa casa, pero estoy deseando que vuelva mañana para volver ahí. Porque en ese lugar hay una familia que yo no pude disfrutar.
-NI APRENDER DE ELLA-

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